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jueves, 9 de febrero de 2012

PEDRO II EL MAGNÁNIMO, ÚLTIMO EMPERADOR DE BRASIL y (III)

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Durante los años 1880, Brasil siguió prosperando y la composición social de su población se diversificó enormemente mientras que la lucha por los derechos de la mujer empezaba a surgir. Las cartas escritas por Pedro II nos muestran a un hombre cultivado cada vez más harto del mundo y más pesimista sobre su futuro. El emperador siguió siendo respetuoso con sus funciones y meticuloso en la ejecución de las tareas que tenía asignado aunque las hiciera sin entusiasmo. Debido a su creciente indiferencia con respeto a la suerte del régimen y a su falta de reacción cara a la oposición al régimen imperial, algunos historiadores le atribuyen la «principal, o quizá la única, responsabilidad» de la caída de la monarquía.
Conocedores de los peligros y los obstáculos del gobierno, los políticos de los años 1830 consideraban al emperador como la fuente principal de la autoridad indispensable tanto para el gobierno como para la supervivencia nacional. Sin embargo, esta generación de políticos fue desapareciendo o se retiraron progresivamente del gobierno hasta que, en los años 1880, fue prácticamente remplazada por un nuevo grupo de políticos que no habían vivido la regencia ni los primeros años del reinado de Pedro II, cuando los peligros externos e internos amenazaban la existencia misma de la nación. Ellos solo habían conocido una administración estable y la prosperidad. Contrariamente a aquellos del periodo precedente, los nuevos políticos no veían ninguna razón para defender el papel imperial como una fuerza unificadora beneficiosa para la nación. El papel de Pedro II en la realización de la unidad nacional, de la estabilidad y del buen gobierno había caído totalmente en el olvido por parte de las élites dirigentes. Por su humildad, el emperador daba la impresión de que su papel era inútil.

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La ausencia de heredero varón que permitiera implementar una nueva dirección de la nación disminuyó igualmente las perspectivas a largo plazo de la monarquía brasileña. El emperador quería mucho a su hija Isabel pero estimaba que una mujer en el poder era imposible en Brasil. Consideraba que la muerte de sus dos hijos varones era una señal de que el imperio estaba destinado a la desaparición. La resistencia a aceptar a una mujer a la cabeza del Estado estaba igualmente compartida por el establishment político. Aunque la constitución permitía que una mujer accediera al trono, Brasil era un país muy tradicional y solo hubiera aceptado un sucesor varón como jefe de Estado.
El republicanismo era una idea que nunca había prosperado en la élite brasileña y encontraba poco apoyo en las provincias. Sin embargo, la combinación de las ideas republicanas con la difusión del positivismo en el interior del ejército y de los oficiales de base o de los rangos medios constituían un grave peligro para la monarquía y condujo a la indisciplina en el interior de los cuerpos militares. Algunos soldados soñaban con una república dictatorial que fuera superior a la monarquía liberal y democrática.

A finales de los años 1880, la salud del emperador se agravó considerablemente y sus médicos le aconsejaban que se fuera a curarse a Europa. Pedro II abandonó Brasil el 30 de junio de 1887 mientras que Isabel quedaba al mando del timón. Durante su estancia en Milán, el emperador estuvo dos semanas entre la vida y la muerte y recibió la extrema unción. Mientras estaba convaleciente, en la cama del hospital, se le informó de que el 22 de mayo de 1888 que la esclavitud había sido abolida en Brasil. Con la voz débil y lágrimas en los ojos, dijo: «¡Qué gran pueblo!¡Qué gran pueblo!.». Volvió a Brasil y desembarcó en Río de Janeiro el 22 de agosto de 1888. Todo el país lo acogió con un entusiasmo nunca visto antes. De la capital, de las provincias, de todas partes, llegaron pruebas de afecto y de veneración.


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Fotografía de S.M.I. Pedro II tomada en París en 1887

Las señales de devoción expresadas por los brasileños por la vuelta del emperador y la emperatriz demostraron hasta qué punto la monarquía parecía beneficiarse de un apoyo inquebrantable y estaba en la cumbre de su popularidad.
El país se benefició de un importante prestigio internacional durante los últimos años del imperio y se estaba convirtiendo en una potencia emergente en la escena internacional. Las predicciones de un caos económico y de una explosión del desempleo provocados por la abolición de la esclavitud no se materializaron y la cosecha de café de 1888 fue un gran éxito. Sin embargo, el fin de la esclavitud supuso que los ricos empezaran a apoyar el republicanismo, sobre todo los poderosos productores de café que tenían un gran poder político, económico y social en el país. Estos consideraban la emancipación como la confiscación de una parte de sus bienes personales. Para intentar amortiguar la reacción republicana, el gobierno utilizó las reservas disponibles para poner a disposición de los grandes cafeteros créditos a tipos de interés reducidos y negoció la cesión de títulos y honores para recuperar los favores de personalidades políticos influyentes que estaban descontentos. El gobierno comenzó también a considerar indirectamente el problema del ejército para revitalizar a una Guardia Nacional moribunda.
Las medidas tomadas por el gobierno inquietaron a los republicanos y a los militares positivistas pero, sin embargo, se dieron cuenta de que estas disposiciones minaban el poder real y favorecían a sus propios fines y los republicanos presionaron al gobierno para que tomara decisiones análogas. La reorganización de la Guardia Nacional fue lanzada por el gobierno en agosto de 1889 y la creación de una fuerza rival impulsó a los oficiales disidentes a tomar medidas desesperadas. Para los republicanos y los oficiales era «ahora o nunca». Aunque la mayoría de la población no tenía ningún deseo de cambiar de forma de gobierno, los republicanos empezaron a hacer presión para que los militares positivistas acabaran con la monarquía.


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Última imagen de la Familia Imperial en Brasil (1889)

Finalmente, los militares, dieron un golpe de Estado e instauraron la república el 15 de noviembre de 1889. En un primer momento, algunas personas que vieron lo que estaban pasando no concibieron que se trataba de una rebelión. La historiadora Lídia Besouchet afirma que: «jamás una revolución fue tan reducida.». En todo momento, Pedro II no mostró ninguna emoción y se preocupó muy poco por el devenir de los acontecimientos. Rechazó todas las propuestas que le hicieron los políticos y los jefes militares para reprimir la rebelión. Cuando el emperador se enteró de que había sido depuesto, simplemente dijo estas palabras: «Si es así, me iré; he trabajado bastante y estoy cansado y me voy a descansar.»
Hubo una resistencia monárquica significativa tras la caída del Imperio, que siempre fue reprimida. También se produjeron disturbios contra el golpe así como combates entre las tropas monárquicas del ejército contra milicias republicanas. El «nuevo régimen suprimió con rápida brutalidad y con total desdén todas las libertades civiles y cualquier tentativa de crear un partido monárquico o de publicar periódicos monárquicos.» La emperatriz Teresa Cristina falleció pocos días después de llegar a Europa e Isabel y su padre Pedro II se establecieron en París.  Los dos últimos años de vida  de Pedro II fueron solitarios y melancólicos y vivió en hoteles modestos sin casi recursos y escribiendo en su diario sus sueños en los que le estaba permitido volver a Brasil.




Moneda brasileña de plata de 1.000 reis de 1888

Un día dio un largo paseo por el río Sena en carruaje abierto a pesar de la temperatura extremadamente baja. Al volver al hotel Bedford por la noche, se sintió resfriado. La enfermedad evolucionó en los días siguientes hasta que se transformó en una neumonía. El estado de salud de Pedro II empeoró rápidamente hasta su muerte a las 00:35 de la mañana el 5 de diciembre de 1891. Sus últimas palabras fueron: "Que Dios me conceda estos últimos deseos de paz y prosperidad para Brasil".  Mientras preparaban su cuerpo, un paquete cerrado con un sello fue encontrado en la habitación con un mensaje escrito por el propio emperador: «Es la tierra de mis padres; deseo que sea puesta en mi ataúd si muero fuera de mi patria.» El paquete, que contenía tierras de todas las provincias brasileñas, se colocó dentro del féretro.
La princesa Isabel deseaba celebrar una ceremonia discreta e íntima, pero acabó aceptando la petición del gobierno francés de realizar un funeral de jefe de Estado. Al día siguiente, miles de personalidades comparecieron en la ceremonia realizada en la iglesia de la Madeleine. Además de la familia de Pedro II acudieron Francisco II de las Dos Sicilias, exrey del extinto Reino de las Dos Sicilias, Isabel II de España, exreina de España, Felipe de Orleans, conde de Orleans, así como otros miembros de la realeza europea. También estuvieron presentes el general Joseph Brugère, representando al presidente Marie François Sadi Carnot, los presidentes del Senado y el Parlamento así como senadores, diputados, diplomáticos y otros representantes del gobierno francés así como casi todos los miembros de la Academia Francesa, del Instituto de Francia y de la Academia de Ciencias Morales. Representantes de otros gobiernos, tanto del continente americano como europeo hicieron acto de presencia incluso vinieron de países lejanos como el Imperio Otomano, China, Japón, Persia. El ataúd fue transportado en cortejo fúnebre hasta la estación de tren, desde donde partiría hacia Portugal. A pesar de la lluvia incesante y de la temperatura extremadamente baja, cerca de 300 000 personas asistieron al acto. El viaje prosiguió hasta la iglesia de San Vicente de Fora en Lisboa y el cuerpo de Pedro II fue depositado en el panteón de los Braganza el 12 de diciembre de 1891.
Los miembros del gobierno republicano brasileño, «temerosos de la gran repercusión que podía tener la muerte del emperador», se negaron a realizar ninguna manifestación oficial. De todas formas, el pueblo brasileño no se mostró indiferente ante el fallecimiento de Pedro II pues la «repercusión en Brasil fue también inmensa, a pesar de los esfuerzos del gobierno por minimizarla. Hubo manifestaciones de dolor en todo el país: comercios cerrados, banderas a media asta, campanas tocando a difunto, cintas negras en la ropa, oficios religiosos.» Se realizaron «misas solemnes por todo el país, seguidas de panegíricos donde se enaltecía a Pedro II y el régimen monárquico.»
Los brasileños siguieron apegados a la figura del emperador popular a quien consideraban un héroe y siguieron viéndolo como el padre del pueblo personificado. Esta visión era aún más fuerte entre los brasileños negros o de ascendencia negra que creían que la monarquía representaba la emancipación. El fenómeno de apoyo continuo al monarca depuesto es debe sobre todo a una idea generalizada de que fue «un gobernante sabio, benevolente, austero y honesto.» Esta visión positiva de Pedro II y la nostalgia de su reinado creció también debido a que el país empezó a sufrir crisis políticas y económicas que los brasileños atribuían a la caída del emperador. El emperador nunca dejó de ser considerado un héroe popular, pero gradualmente volvería a ser un héroe oficial.
Sorprendentemente se manifestaron fuertes sentimientos de culpa entre los republicanos, que se hicieron cada vez más evidentes con la muerte del emperador en el exilio. Ellos elogiaban a Pedro II, que era visto como un modelo de los ideales republicanos, así como la era imperial, que consideraban que debía ser un ejemplo a seguir por la joven república. En Brasil, las noticias de la muerte del emperador «causaron un sentimiento genuino de remordimientos entre aquellos que, a pesar de que no sentían simpatías por la restauración, reconocían tantos los méritos como las obras realizadas por su gobernante fallecido.»
Sus restos mortales, así como los de su esposa, fueron finalmente llevados a Brasil el 1921, a tiempo para el centenario de la independencia brasileña en 1922, ya que el gobierno quería dar a Pedro II honores de jefe de Estado. Se declaró festivo nacional y el retorno del emperador como héroe nacional se celebró por todo el país. Millares de personas participaron en la ceremonia principal en Río de Janeiro. El historiador Pedro Calmon describió la escena: «los viejos lloraban. Muchos se arrodillaban. Todos aplaudían. No había diferencias entre republicanos y monárquicos. Todos eran brasileños.» Este homenaje marcó la reconciliación del Brasil republicano con su pasado monárquico.

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Tumba de S.M.I. Pedro II y la Emperatriz Teresa Cristina en la catedral de Petrópolis (Brasil)

Los historiadores tienen a Pedro II y su reinado en gran estima. La historiografía que trata de él es vasta y, con excepción del periodo inmediatamente posterior a su caída, enormemente positiva y hasta laudatoria. El emperador brasileño Pedro II es comúnmente considerado por los historiadores como «el mayor hombre de la Historia de Brasil».

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